Todo empezó en el verano de 2013.
Yo acababa de cumplir 53 años y había engordado 10 kilos.
Después de un invierno "chungo" y un mes de Junio horrible y con mucho frío, por fin llegó el verano.
Tocaba cambiar los armarios y, por supuesto los zapatos. Bueno lo de los zapatos es un decir, porque con el clima de Madrid, mi muestrario de calzado, se reduce a botas y sandalias.
Quité las pesadas botas del zapatero y empecé a ordenar mis sandalias meticulosamente:
con tacón, sin tacón, las de vestir, para el barrio, la piscina, por colores...
Por fin mis pies se iban a sentir en libertad.
Las primeras que me puse, eran tipo chancla, ninguna complicación.
Ya por la tarde quedé con unas amigas a tomar una cañita. Me vestí de una manera informal. Elegí una blusa turquesa, me encanta el turquesa para el verano, hace juego con mis ojos.
Mis sandalias planitas y, por supuesto las turquesa.
Pero a la hora de a ponérmelas....¡¡ Dios, qué difícil!! ¿por qué hacen tan complicado el cierre de unas sandalias?
Mira que cuesta abrocharlas con esas hebillas tan pequeñas. Apenas se ve el ojalito. Lo tengo que hacer "a tientas"...imposible. Subo el pie a una silla, más lejos me queda la hebilla. Al final las tengo que abrochar primero y luego ponérmelas, con lo cual me quedan grandes.
No sé ¿y si le doy la vuelta a la correa y le pongo el cierre por dentro de mi tobillo?
A ver, no parece mala idea....